Deborah es un contacto político que me pasaron compañeros de mi partido. En realidad, ella era un cuadro político-técnico del PT (Partido dos Trabalhadores, aclaro para que el lector evite el chiste fácil), pero desde hace unos años se radicó en Florianópolis, y se dedica a traer contingentes de italianos a la isla, y a llevar brasileños a la península, particular intercambio de geografías. De cualquier modo, no tuvo inconvenientes en encontrarse a tomar un café conmigo y charlar un poco de política.
Deborah es gordita y petisa, de una redondez pacmaniana, simpática, sonriente, carismática, enérgica; no tardó mucho en conquistar mi corazón, ni mucho más en invitarme a pasar con la morocha, el fin de semana largo del 12 octubre en su casa en Florianópolis, esa bella isla conocida también como Floripa. Me resistí un poco a aceptar, porque nuestra economía en Brasil es muy limitada, pero ella insistió con que hospedaje y comida estaban garantizados, y que sólo tendríamos como gran gasto los pasajes de ómnibus. Y así fue.
Llegamos con un techo de nubes oscuras y amenazantes, tan bajo como un cielo raso. Nos contaron que hacía dos semanas que no se veía el sol. Sin embargo, Deborah reservó un automóvil de alquiler para llevarnos a recorrer la isla al día siguiente.
La primer tarde paseamos por el centro de la ciudad, y por la noche degustamos unos deliciosos camarones propios de esas costas que Deborah preparó con dedicación.
Deborah es gordita y petisa, de una redondez pacmaniana, simpática, sonriente, carismática, enérgica; no tardó mucho en conquistar mi corazón, ni mucho más en invitarme a pasar con la morocha, el fin de semana largo del 12 octubre en su casa en Florianópolis, esa bella isla conocida también como Floripa. Me resistí un poco a aceptar, porque nuestra economía en Brasil es muy limitada, pero ella insistió con que hospedaje y comida estaban garantizados, y que sólo tendríamos como gran gasto los pasajes de ómnibus. Y así fue.
Llegamos con un techo de nubes oscuras y amenazantes, tan bajo como un cielo raso. Nos contaron que hacía dos semanas que no se veía el sol. Sin embargo, Deborah reservó un automóvil de alquiler para llevarnos a recorrer la isla al día siguiente.
La primer tarde paseamos por el centro de la ciudad, y por la noche degustamos unos deliciosos camarones propios de esas costas que Deborah preparó con dedicación.
La mañana se presentó con un sol inesperado y fuerte. Con la morocha salimos corriendo a desayunar en la playa, me di un chapuzón en el mar, y luego nos recogió Deborah con el auto alquilado. Su amiga Betti también nos acompañó. Betti vive con ella, pero el lunes se mudaría a Porto Alegre por trabajo.
Pasamos un bello día conociendo playas maravillosas, paisajes típicos de Brasil, y almorzamos en un lindo restaurante donde probamos los sabores de la isla.
Para el día siguiente, planeamos realizar un paseo en barco por la mañana a una isla vecina, donde había una fortaleza de la época del imperio. Nos sorprendimos al enterarnos que en verano, la excursión valía $ 100 argentinos más cara. De R$ 20 se iba a R$ 70.
El viaje fue entretenido y placentero. Descubrí que el guía que nos tocó no era brasilero, con sólo escucharlo, lo cual habla de la mejora de mi relación con el portugués, y la fineza auditiva que he desarrollado a esta altura. Mucha agua ha pasado bajo el puente, desde aquél chofer del micro en Chuy, al que nunca pude comprender. El idioma ha dejado de ser una barrera. El guía era uruguayo.
El último día lo pasamos ayudando en la mudanza de Betty, cosa que hubiéramos hecho de todos modos, no fue porque llovió condenadamente. Era lo menos que podíamos hacer después de tanta calidez y generosidad.
Deborah se sumó a lista de los que me han brindado hospedaje en su casa, desde que salí de Buenos Aires. El negro y Andrea en Montevideo, Laura en el Pinar, Luis en Porto Alegre, al igual que Sergio, en la misma ciudad. Tengo la sensación que no será la última.
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