21 de enero de 2012

Cumpleaños / Ciudad parásito / El sabor de las cerezas


Cada vez que cumplo años sucede lo mismo. Pienso, un año más y todavía no soy un escritor reconocido, ni siquiera publiqué y mucho menos vivo de mi escritura. Y entonces recuerdo las conversaciones que teníamos con Cortázar , cuando me decía "publicá polaco, publicá che, con el talento que tenés la vas a romper, si tus cuentos y poesías son de primer nivel" - Dejáte de joder Julio, vos lo decís porque sos mi amigo, no me rompás más las pelotas, dejame que soy feliz inédito, además siendo amigo tuyo nos van a comparar irremediablemente, y la crítica me va a hacer mierda, cebame un mate dale..
En fin, tal vez tendría que haberle dado bola en su momento, y ahora sea medio tarde, por lo pronto ahí están los cuentos, las poesías y esa novela que siempre está comenzando, una y otra vez, insistente, porfiada, inevitable como los cumpleaños. Entre tanto, este diario de viajes, resquicio por donde se filtra mi carácter de escritor cuasi anónimo, me encuentra cumpliendo 37 años en Esquel. Pero pasaron varias cosas desde que abandonamos Ushuaia, que por inaccesibilidad internética o simple descuido o lisa y llana vagancia, no pude escribir hasta ahora.

De Ushuaia volamos a El Calafate donde permanecimos 3 días. El Calafate es una ciudad parásito, una ciudad que vive y explota, succiona, turísticamente; lo que provee esa maravilla natural que es el Glaciar Perito Moreno. Todo tan armado, todo tan tarifado, que no tenés ningún margen para hacer nada por tu cuenta, para ser, vos frente a la naturaleza, sin la mediacion de un bus que te pase a buscar por el hotel a tal hora, un guía que lleve hasta las pasarelas que suben y bajan como torre de babel que intenta acercarse al Glaciar desde todas las posiciones posibles, sin excursiones programadas y bien pagadas. Una empresa, una sola, eso se llama monopolio, tiene la concesión de organizar los trekkings sobre el Glaciar, que para esta época lo hacen entre 450 y 500 personas por día, según me contó un guía, que además confesó, le pagan bastante mal. ¿Quién será el dueño de "Hielo y Aventura", el afortunado que maneja semejante negocio con un bien natural que nos pertenece a todos?
Por suerte, la grandiosa belleza del Glaciar hizo que todo lo anterior se derritiera como un simple cubito de hielo al sol. A pesar de toda esa fiesta del consumo, la bestia blanca que duerme, ronca, se mueve, se revuelca a los pies del Lago Argentino, deja a uno con la boca abierta. Fuimos testigos de muchos desprendimientos, un fenómeno impresionante, sorprendente.
En Calafate además nos reencontramos con la parejita brasileña, Cristopher y Carolene, con quienes tan bien la habíamos pasado en Laguna Esmeralda en Ushuaia. Con ellos nos volvimos a reunir en el siguiente destino, El Chalten, donde compartimos varias caminatas y una salida a la noche a tomar unas cervezas como despedida. Gente linda, de verdad.
Luego de 3 días en ese sitio encantador que es El Chalten, partimos hacia Los Antiguos, un pueblo pequeño y sosegado, donde el turismo es una actividad totalmente secundaria, ya que se dedican a la producción de cerezas en especial y otros frutos rojos y de otros colores.
Allí visitamos un bar lácteo, donde sirven exquisitos licuados de cerezas, frutillas y frambuesas, y unas tortas deliciosas y contundentes para acompañarlos.
El dueño, Julio, un tipo campechano y parlanchín, nos ofreció que cuando termináramos de tomar los licuados nos diéramos una vuelta por la chacra y comiéramos todas las cerezas que quisiéramos de los árboles. -¿Le gustaría acompañarnos? - lo apuré. -Pero claro, vamos que les hago una visita guíada - gritó feliz.
Cerezas grandes como ciruelas, cerezas nunca imaginadas, gigantes, jugosas, carnosas, dulces, rojísimas, probamos y nos dio a probar, una y otra vez, de diferentes clases y tipos y subtipos, cerezas hasta no dar más de cerezas.
-Coman todo lo que quieran porque lo que no se sacó en la cosecha reciente, se deja morir en el árbol - expresó un apenado Julio, -No conviene pagar la mano de obra de la cosecha si no hay un mercado donde colocarla - argumentó con las cejas levantadas.
Contradicciones de este sistema de mierda, pensé. Miles de cerezas, kilos y kilos de cerezas, de las mejores, las que no llegan siquiera a Buenos Aires , se dejan morir en sus árboles simplemente porque no hay un mercado que las pague. Carajo, ¿en que mierda de sociedad vivimos?, cuántos pibes jamás en su vida conocerán el sabor de la cerezas, mientras año tras año se desperdician cientos de kilos...
Mientras pensaba en eso, Julio nos contó la historia de la chacra, la ucraniana que la forjó, creciente hasta ser una de las más importantes en tamaño y producción del pueblo, cómo luego en su vejez la heredó a sus once hijos, por eso hoy está dividida en once chacras. Nos fuimos hartos de cerezas y con la mejor onda con Julio, casado con una de los once hermanos.
De Los Antiguos queda la tranquilidad, las vistas del imponente Lago Buenos Aires, las cerezas.

Dejamos Los Antiguos con una sonrisa, para recorrer la Ruta 40 hasta Esquel, donde el que suscribe está cumpliendo años. Cada vez que cumplo años sucede lo mismo. Pienso...

*Foto: Pol, Perito Moreno, y el caballo de Perito Moreno

11 de enero de 2012

De la galera


Debo admitir que cuando llegó la morocha pensé que empezaría otro viaje. Indudablemente no es lo mismo viajar solo que acompañado, y probablemente tendría menos chances de que ocurrieran historias que contar. La soledad predispone mucho más a uno a conocer otras personas, a dejarse llevar y de ese modo a que aparezcan las aventuras que suelo relatar aquí. Eso pensé.
Pero en el segundo día con la morocha, esa duda se disipó.

Arrancamos temprano para visitar el Parque Nacional Tierra del Fuego, una de las cosas que dejé para hacer en su compañia en estos tres días finales en Ushuaia.
Comenzamos lo más temprano que pudimos; la verdad es que remoloneamos bastante en la cama y llegamos con lo justo a tomar el ómnibus de línea regular que te lleva hasta el Parque. De hecho, ni tiempo de desayunar tuvimos, fuimos tomando mate y comiendo unas facturas en la combi, ante la siempre sorprendida vista de los extranjeros, que cuando te descubren con el mate parecen disfrutar del avistaje de una actividad estrictamente autóctona.
Las combis tienen varias paradas en el Parque, las más importantes son la Bahía Ensenada, el Lago Acigami (mucho más conocido como Lago Roca, pero prefiero llamarlo por su nombre aborigen y no por el nombre del genocida que los exterminó) y finalmente la Bahía Lapataia, donde termina la Ruta Nacional Nº 3 y uno casi se cae del mapa.
Nosotros bajamos en la primera, la Bahía Ensenada, desde donde emprendimos lo que llaman la senda costera, un trekking que entre bosques y playas de la costa se extiende 8 KM hasta cerca del Lago Acigami. Poco más de 3 horas nos llevó el recorrido, con hermosas vistas de aguas infinitamente verdes que mueren en playas de piedras, conchillas y caracoles, o directamente besan la piedra llena de musgo.
Al final del sendero salimos nuevamente a la ruta, que va comunicando los diferentes puntos del Parque, bastante cansados por la exigencia de la caminata. Ahí recordé que las combis pasan por los mencionados puntos cada dos horas, con lo cual, acercándonos al Lago Acigami podríamos pegar la combi que nos acercara hasta Lapataia y evitar caminar 4 KM más.
Íbamos justamente caminando por la ruta en dirección al Lago cuando apareció una combi. Voy a pararla a ver que onda, le dije a la morocha. Cuando se detiene, descubro que el conductor era nada más y nada menos que Carlos, el peruano que me había llevado a Laguna Esmeralda. Suban, suban, dijo, y arrancó rápidamente.
Eran casi las 14 hs ya, y Carlos se quedaba en la parada del Lago hasta las 15 hs, para ir a Lapataia y levantar gente que volviera a la Ciudad. Así que almorzamos allí, recorrimos la costa del Lago y volvimos con Carlos que nos llevó a la zona de Lapataia. Nos dejó unos kilómetros antes, para que visitáramos la Laguna Negra. A las 17 hs pueden tomar la combi de regreso en Lapataia, así que tienen 2 hs para conocer estos lugares, alcanza y sobra, nos aclaró el hermano peruano.
Ingresamos a la Laguna Negra, que no es otra cosa que un cúmulo de agua sobre un turbal, lo cual le da el particular color. Un lugar bonito y tranquilo, tanto que a uno de sus costados, en un claro donde hay unos troncos de árboles caídos, le propuse a la morocha sentarnos a relajar y fumar un poco de hierba, y así lo hicimos.
Es cierto que el influjo de la hierba puede hacer que lo normal, que lo que está ahí de todos modos, lo dado, pueda ser apreciado de una manera diferente. Pero además, esa conexión con la naturaleza que la hierba estimula, puede hacer que sucedan cosas inesperadas, que de otro modo, tal vez, y admito "tal vez" no sucederían. Mi experiencia me inclina a pensar que si no fuera por la hierba santa, no sucederían, pero en todo caso, queda al criterio de cada uno.
Estábamos saliendo de Laguna Negra, a mitad de camino antes de la ruta, cuando un conejo cruzó de un lado a otro del sendero. Dando saltos, con el encanto y la simpatía natural que tienen los conejos salvajes. Vamos a seguirlo, le dije a la morocha, y con pies de plomo nos deslizamos detrás suyo, por una especie de sendero que había en el bosque. Recorrimos no más de 20 metros siguiendo los pasos del animalito, riéndonos de la inevitable referencia al famoso Conejo Blanco creado por Lewis Carroll.
El bosque terminó de golpe y nos encontramos con un claro, de pasto verde y cortito, suelo irregular, como un mini campo de golf creado por la natulareza, delimitado por el bosque de un lado y una enorme pared de piedra del otro. Un pequeño vergel escondido. Allí nos quedamos absortos unos minutos viendo al conejo masticar hierbas, hasta que apareció otro conejo, y otro, y otro, y claro, el lugar estaba lleno de agujeros en la tierra por los cuales salían y entraban conejitos.
Teníamos pensado tomar mate en la Bahía Lapataia, pero no dudamos en adelantarnos y disfrutar unos buenos verdes en ese mundo mágico e inesperado. Subimos al lado de la piedra y nos sentamos allí, mientras los conejos iban y venían, dando esos saltos caricaturescos, con toda su gracia y suavidad. No lo podíamos creer.

La morocha me besa y un pájaro canta. Beso a la morocha y otro pájaro se ríe.
- Cada vez que nos besamos canta un pajarito-, me dice la morocha.
- A ver, probemos- la desafío.
Volvimos a besarnos, y por allá, otro pájaro cantó, todos con silbidos diferentes. Mágico.

La Laguna Negra, un paseo estimado en unos 15 minutos, nos llevó más de una hora gracias al conejo y su sitio encantado. Así que salimos de allí con paso apurado hacia Lapataia.

Llegamos a la Bahía con el último aliento, se sentía en las piernas el desgaste de la primer caminata. Nos sacamos las fotos de rigor con los letreros que indican el final de la ruta. Caminamos las pasarelas hasta dentro, donde el paisaje inconmensurable y un viento frío te hacen sentir que estás en el último balcón del fucking mundo. Emocionante, realmente emocionante.

Estábamos saliendo para esperar la combi de regreso a Ushuaia cuando llega un tipo en moto. Se para junto al famoso cartel del fin de la ruta y se saca el casco. Tenía pinta de haber hecho un largo viaje, y le digo a la morocha, este no viene de acá nomás. Me acerco.

- ¿Hermano, de donde vienes? - le pregunto.
- De Alaska.
- ¿Y acabas de llegar?
- Sí- responde con claro acento extranjero.
- Oh congratulations!!!- le digo mientras le ofrezco la mano y agrego: Bienvenido!!! Welcome!!!
El tipo me abraza emocionado
- De donde eres-me pregunta.
- De Buenos Aires.
-Oh genial, gracias por la bienvenida, eres la primer persona en hablar conmigo finalizada la travesía, me gustaría que nos tomemos una foto juntos para mi blog.

El resto fue darmos varios abrazos, intercambiamos nombres, correos y blogs. Algunas personas que estaban por allí comenzaron a rodearnos.
-Este hombre se llama Len, es canadiense y vino desde Alaska en Moto- grité. La gente se acercó aún más.
-Viajó durante 5 meses y una semana, démosle un gran aplauso por la hazaña de recorrer todo el continente.
Aplausos, bravos, manos que se acercan a felicitarlo, calor humano.
Len y yo nos despedimos.
Cuando nos estamos yendo se me acerca una señora:
- ¿Y vos quién sos?, ¿Viajaste con él?- me inquiere curiosa.
- No, yo solo vine a darle la bienvenida.






9 de enero de 2012

La piedra blanca / Cerro del diome


El que me convenció para subir al Cerro del Medio fue el tano de la recepción del hostel.
-Vas caminando desde aquí unas diez cuadras y ahí nomás empieza el sendero, y no tienes que pagar - dijo recalcando la gratuidad de la cuestión.
Pero además otros factores me animaron: en primer lugar, ninguno de los tantos turistas que he conocido en estos días fue al Cerro del Medio y en segundo lugar, me llamó el nombre que tiene el pobre cerro, casi de intrascendencia, como si no tuviera ningún atributo sobresaliente, ningún atractivo que lo distinga, más que estar en medio de algo.
Siguiendo el mapita que me preparó el tano, llegué sin grandes dificultades al inicio del sendero.

10:30 hs: Comienzo a caminar. De inmediato ingreso en un bonito bosque de lengas, el camino está correctamente señalizado. La soledad es absoluta.
10:40 hs: Me suena el celular en la mochila. Es la morocha ultimando detalles de su llegada mañana. Soledad no tan absoluta, cosas que traen las nuevas tecnologías.
11:20 hs: Primer parada para tomar aire y agua. Sorteo varias partes de piso barroso. Soledad absoluta. Sudo.
11:40 hs: Tanta soledad me pone reflexivo. Empiezo a pensar en el amor, en la mujer que amo, en las que amé. Me miro en un espejo invisible que me devuelve la imagen de un extraño. Quién soy. Cómo me ven los demás. Cómo luchar contra mi egoísmo, mi ego, cómo me van a recordar el día en que muera, cómo me ven las personas que amo, cómo ser mejor...
12:10 hs: Tanta reflexión me da ganas de cagar. Ni lo dudo, me hago a un costado del camino y dejo el postre. Me gusta estar al lado del camino, garcando mientras todo pasa. (Ref)
12:30 hs: La subida es muy vertical y me demanda un gran esfuerzo. El sendero ya no está tan bien señalizado, por lo cual voy prestando atención a posibles referencias para el regreso. La soledad sigue siendo absoluta. Y sudo.

El último tramo atravesé un bosquecillo de extraños árboles que parecen revolcarse o retorcerse en el piso. Al salir del bosque me encontré en la base del cerro, ya sin vegetación. Allí solo algunas pircas marcan el camino.
Caminaba por el filo de la montaña cuando escuché unas voces que venían detrás, todavía adentradas en la vegetación. Al cabo de unos minutos los pude ver, eran cuatro chicos de entre 12 y 15 años. Se me fueron acercando hasta que me pasaron. Fui rodeando el cerro detrás de ellos, cada vez más atrás hasta que los perdí de vista.
La perspectiva del canal desde allí es privilegiada, pero lo más bello fue la pequeña laguna de altura que apareció ante mí cuando ya las piernas no me daban más, caminando entre piedras con paso inseguro, subiendo hacia la cima del Cerro del Medio.
Me senté a almorzar cerca de los chicos disfrutando de una profunda paz. Los chicos, que eran lugareños, comenzaron a bañarse en la laguna en una especie de ritual de alguna iniciación, de demostración de valor ante la montaña. Uno a uno se sumergieron en el agua helada, con un viento fresco que soplaba de a ratos dibujando inverosímiles formas en el agua de la laguna. Los gritos desesperados, casi alaridos, de los chicos al inmediato contacto con el agua, retumbaban con un eco estremecedor.
Terminé de almorzar al tiempo que los chicos terminaron su pagano ritual, poniéndose ropa seca para paliar el frío. Fue divertido verlos y hasta pude bromear con el más chiquito, Kevin, que se había llevado un chaleco salvavidas para nadar y fue el último en conseguir la proeza.
-¿Siguen hasta la cumbre? - les pregunté.
-No, ya nos volvemos. Va a llover - contestó el que claramente era el mayor del grupo.

Dude un instante, verdaderamente el cielo se había puesto negro, pero estaba ahí y tal vez sería la única vez en mi vida que estuviera ahí, así que mientras los vi partir, comencé el tramo final de ascenso a la cumbre del cerro. Fue una subida breve pero complicada, un piso irregular de trozos de piedra suelta dificultaba la pisada.
Al llegar a la cima comprendí que el nombre del cerro no era un ninguneo sino exactamente todo lo contrario: me sentí en el medio del universo, en el medio de la inmesidad, de la belleza, de una soledad inquietante y maravillosa. Y entonces, lo anunciado: comenzó a llover y de la peor manera. Se desató un viento helado y violento que me arrojaba gotas como balas, con una fuerza que me movía de un lado a otro a pesar de mi peso y resistencia. Comencé un apresurado descenso sorteando las piedras sueltas, perdiendo el equilibrio a menudo, mirando con atención donde ponía cada pie, pensando que podría pasarla muy mal si algo me sucedía allí. En eso estaba cuando me detuve repentinamente. Entre las piedras, informes, corrientes, me llamó la atención una piedra blanca, única en la multitud de piedras. Es cierto que existe un mercado y una convención social respecto a lo que es efectivamente una piedra preciosa y lo que es una piedra sin ningún valor. Pero no encuentro otra definición más ajustada que la de "piedra preciosa" para definir esta increíble piedra blanca. La tomé en mis manos y especulé en la manera de llevarla. Sin embargo, su tamaño excesivo y la lluvia que no daba tregua, me hicieron dejarla allí donde la había encontrado.
A medida que descendía la lluvia iba amainando, el viento se fue transformando en un aliado y me fue secando la ropa y no tuve mayores dificultades para encontrar la entrada al sendero de vuelta.
Ahora era todo bajada. Las piernas se me aflojaban soportando el peso del cuerpo. Ya no llovía y no había apuro, así que me senté en un apacible lugar del bosque a tomar un poco de agua, descansar y disfrutar. Los árboles interpretaban la melodía del viento y la voz de un arroyo bajando sonaba desde lejos. Me quedé dormido.
Me desperté al sentir unos pasos que se acercaban. Era una chica. Rubia, pelo lacio, muy hermosa, venía caminando sin denotar esfuerzo, como quién pasea sin muestras del rigor que exige esa subida. Vestía jean, remera y zapatillas. Una de esas bellezas simples y luminosas.
Nos saludamos cordialmente.
-¿Eres de aquí, de Ushuaia? - le pregunté. Cuando viajo suelo utilizar un castellano más neutro y por eso salió el "eres de aquí" y no un "sos de acá".
- Sí, soy de aquí - respondió sonriente, y agregó - del bosque.
Mientras me levantaba y ponía algunas cosas que había dejado tiradas en la mochila, ella pasó delante mío y continuó por el sendero.
-Disculpame - dije sin saber bien qué quería preguntarle a continuación, pero ella siguió su paso tranquilo, y manteniendo la sonrisa me indicó con el índice sobre la boca que guardara silencio.
Acaté el pedido y giré para continuar el descenso pero me detuve bruscamente. Ante mis pies estaba en el suelo la piedra blanca, la misma que había abandonado en la cima, la piedra preciosa. Quedé atónito, aturdido unos segundos por la inexplicable aparición. Volví a girar, tal vez pensando que la chica podría darme una explicación, pero ya no estaba. Había desaparecido. Miré con sagacidad entre los árboles pero no encontré nada que se moviera, ningún rastro.
Tomé la piedra y la guardé en la mochila. Mis pies comenzaron el regreso casi sin avisarme, como quien sabe perfectamente hacia adonde va; con la certeza de que delante esperan nuevos caminos.



7 de enero de 2012

Esmeralda


Luego de dos días practicamente sin salir del hostel, ayer organicé la excursión a Laguna Esmeralda. Digo organicé porque había que juntar un mínimo de 4 personas para que la combi venga a buscarte. Por supuesto conté con el apoyo inmediato de mis queridas Vicky y Cristina, pero necesitábamos sumar a uno más. Finalmente fueron cuatro más, una pareja brasilera con quienes compartimos la habitación y dos pibes que son de Las Flores, Pcia de Bs As, con quienes estuve pasando buenos ratos juntos desde que llegaron hace dos días. Con ellos he terminado las últimas dos noches en un irish bar llamado Dublin, que se llena de turistas y gente local, tanto que en un momento se torna insoportable, por el ruido, la gente parada, ya no se puede hablar ni estar así que cuando eso ocurre vuelvo rajando para el hostel.

A esta altura debo decir que casi todo el mundo en el hostel me conoce y de alguna manera me he convertido en un constante animador del lugar. Soy el que hace mate, toca la guitarra, musicaliza la sala de estar, organiza partidos de ping pong . Los dueños del hostel y los empleados ya me tratan como si fuera parte del lugar. Realmente me siento a gusto aquí.
Pero después de dos días dentro, con una sola salida a caminar por la costa y la compra de algunas provisiones, ya sentí la necesidad de salir a encontrarme con la naturaleza y puse la mira en la Laguna Esmeralda, que es un sitio no tan publicitado como otros.

A las 11 hs vino la combi conducida por Carlos, un peruano, que venía escuchando música pop en inglés pero enseguida me complació ante mi reclamo de cumbia peruana.

La caminata hasta la laguna es tranquila, atravesando bosquecitos y turba, un terreno húmedo y blando que da la sensación de caminar sobre esponja, un colchón o una gran mullida alfombra, pareciera que uno va rebotando mientras camina.
Llegamos a la laguna justo cuando el hambre apretaba el estómago. Como lo dice su nombre, esmeralda es de un verde que enceguece, es un lugar de una belleza densa, no encuentro otro adjetivo mejor, densa es la palabra, la densidad de ese verde luminoso, densa el agua lechosa, láctea a los ojos incrédulos. Es una olla formada por las montañas que la rodean.
Almorzamos en la playita pedregosa. Luego, mientras las maestras y uno de los chicos de Las Flores se quedaron ahí, la pareja brasilera, el otro florence y yo, bordeamos todo el costado de la laguna y emprendimos la subida hacia el glaciar que le da origen. Enseguida nos internamos en un bosque siguiendo siempre al río que baja del glaciar a la laguna. Nos sorprendió una paisaje de numerosos árboles muertos, caídos y de pie, aparentemente por acción de los castores, los cuales forman sus represas en el río acumulando agua. Vimos algunos nadando en la espesura verdosa del agua casi estancada. Un lugar irreal, de un mundo ficcionado por Tim Burton, los árboles blanquecinos, totalmente despojados de hojas, de verdor, parecen pedir auxilio en la expresión de sus ramas secas, muertos vivos, espectros que caminan entre castores por el agua esmeralda.
Seguimos adelante hasta llegar a unas enormes piedras, al rodearlas nos encontramos de frente al glaciar "ojo de albino" y detrás la vista de la laguna cual piscina de natación y todo el valle. Hermoso. Allí nos quedamos todo el tiempo que pudimos, teniendo en cuenta el regreso para alcanzar la combi que nos vendría a buscar a las 18 hs.
Emprendimos la vuelta a las 16 hs, la primer parte hasta la laguna la transitamos sin problemas, pero luego equivocamos el camino y nos perdimos. Sabíamos que debíamos seguir el curso del río y jamás cruzarlo según las indicaciones que habíamos recibido y así lo hicimos, pero el camino bordeando el río se fue haciendo complicado. En un momento no había por donde seguir, tuvimos que cruzar por entre arbustos duros y pinchudos, en bajada, no había donde pisar ni de dónde agarrarse, pero a fuerza de no tener opción seguimos adelante hasta que dimos con una pìsta de esquí. Eso nos dió la pauta de que tan mal no estábamos. Recorrimos la pista, que sin nieve es un camino de pura turba, la cual sorteamos esquivando las partes más blandas en las que uno podría quedar con la pierna enterrada hasta la rodilla. Al final de la pista encontramos un sendero que finalmente nos depositó en el camino correcto. Pasó ese momento de incertidumbre de no saber dónde estás. Llegamos justo para tomar la combi y volver al hostel.



4 de enero de 2012

Vicky Cristina Ushuaia


Anoche cené simplemente unas salchichas. Estoy vago, vago bien, vago lindo, super relajado, cuando tengo hambre como, cuando tengo sueño duermo, nada de horarios, nada de preveer los movimientos, el cuerpo es sabio.

Ya era bastante tarde cuando me encontré con las docentes rosarinas a quienes llamaré Vicky y Cristina. Habían terminado de cenar y estaban tomando un vino en la hermosa sala de estar de arriba. Me invitaron.
Me senté junto a ellas a tomar vino y conversar. En un momento la pregunto a Cristina cuál era su estado civil, y me dice, no se. Y los ojos se le llenan de lágrimas. Perdí a mi compañero hace 3 meses, no se cuál es mi estado. El aire se cortó unos segundos, le puse una mano en el hombro y ella se repuso inmediatamente con esa fuerza que me hizo recordar a mi madre y su polenta luego de la muerte de mi viejo.
Ahondamos sobre el amor y las pérdidas, mientras la botella de vino era testigo de inexplicables brindis cargados de nostalgias, en tanto se vaciaba su contenido.
Cristina tiene 54 años y Vicky por ahí anda.

-Nos vendría bien uno de esos que fuma mi hijo - confesó Cristina.
-¿Que cosa?, pregunté emulando inocencia.
-Un porrito.
-¿Nunca fumaron?
-Nunca, contestaron a dúo.

A mi juego me llamaron pensé, y recordé las palabras de Florencia.

-Yo tengo, si quieren probar, justo venía a fumar un rato y escuchar música.
-Y dale! - sentenciaron jocosas las maestras.
-Que no se entere jamás mi hijo, recalcó Cristina.

El resto será difícil de contar, terminamos los tres tirados en el enorme sillón, con Lisandro Aristimuño sonando en el tremendo parlante donde uno puede enchufar su mp3, perdidos en una conversación de inusitada profundidad, de inconfesables confesiones, de entrañables opiniones, de esas emociones que hacen de tres, uno.

3 de enero de 2012

Breves brisas I


Si no hubiera ocurrido el episodio de Florencia, probablemente no estaría escribiendo nuevos post en este blog. Fue ella y su historia, su Aparición, los que me motivaron a volver a publicar. A ella se lo debo.

Cuando salí caminando después del episodio Florencia, me puse el mp3 y el primer tema que apareció fue este.

Escribo estas Breves Brisas en las servilletas de un bar llamado "Banana", que tiene una onda imposible de definir, de tan mal gusto y una deco tan dispar, que termina siendo original. Un detalle: el cielo razo es verde. Las medialunas zafan.

Mal de amores


Después de la siesta reparadora, me levanté, preparé el mate, tomé mi hierba santa y me dirigí a la costa. Caminé 3 cuadras y me encontré con el hermoso paisaje costero. Barcos atracados, algunos más nuevos, otros roídos, aves que con sus canturreos evitaban pasar desapercibidas.
En esta parte de la costa hay una especie de mirador con sólo dos bancos, y ambos estaban ocupados. Uno por una chica rubia de aspecto de gringa, el otro por una joven de tez blanca y pelo negro escuchando música con auriculares. Debía tomar una decisión, con cuál compartir el banco. Opté por la rubia que bebía una cerveza Quilmes y destilaba tristeza por el rostro. Pedí permiso y me senté.
Saqué el mate, cebé el primero y le pedí permiso a la joven para encender el cigarro de hierba. No sólo aprobó sino que me pidió que le convidara, porque "lo estaba necesitando".
Florencia, nacida en la Guayana Francesa, estaba ahogando penas de amor en compañía de la Quilmes. Ella no hablaba español ni yo francés pero encontramos un idioma que ambos manejábamos: el portugués.
Me contó que el novio, un tipo que estaba en Francia, le avisó que la dejaba através de internet. Ella está emprendiendo un viaje de 6 meses y el fulano no se lo bancó. A la desgracia amorosa, se le sumó la pérdida de sus tarjetas y serias dificultades para reponerlas, al punto de tener que volver a Buenos Aires para retirar las nuevas en la embajada de Francia. En fin, estaba en la mala.
Bueno, esto te va a venir bien le dije, y también le hice probar el mate. Fumábamos y tomábamos mate mientras me contaba su historia. Comencé a intentar convencerla de que el amor es cosa que viene y va, y viene, y que tendría que sentirse privilegiada de estar en ese momento en ese lugar, que ese abrupto y posmoderno final de relación abría una nueva etapa en la cual seguramente podría volver a enamorarse, a vivir todo ese bello proceso de enamoramiento nuevamente.
La tristeza fue dejando paso a un mejor humor, un par de lágrimas corrieron a ser parte del mar, y brotaron sonrisas. Algo estaba cambiando en ella, pero también en mí.

-Mejor? - le pregunté.
-Mucho mejor - respondió y agregó: ¿Crees en dios?
-No
-Y en qué crees?
-En la Pachamama
-¿?
-A Mai terra
-Ah, bien, pués eres un Chamán.
-Eso dicen algunos...
-Yo lo creo realmente.
-Gracias, me honra.
-Bueno, tengo que volver con mi madre, gracias por todo.
-Fue un placer.
-Adios

Quedé solo y satisfecho como boy scout que acaba de realizar su buena acción del día.
Miré la hora y eran las 21.15 hs pero brillaba la luz gris de la tarde. Me puse música del mp3 y comencé a caminar por la costanera. En Buenos Aires es noche profunda en este mismo instante pensé, y entonces el encanto de Ushuaia apareció como una sensación de extrema felicidad, de privilegio, de estar allí, vivo, solo, de día cuando es de noche. Tuve la sensación de que se había detenido el tiempo, de que había algo mágico en ese día interminable; un amor que concluía y un día que se resistía a morir. Recordé la película del día de la marmota, creo que estaba viviendo lo más parecido a esa ficción que la realidad podría ofrecer.

Más allá del tiempo
el amor
el mar
Más acá el dolor
todo se viene y se va
somos barcos
somos sal
somos puertos
aves sin nido
Más allá del tiempo
la realidad
la rutina
la vanidad
Más acá el reloj
agujas clavadas
en la piel
somos cruces
somos arena
sangre.

2 de enero de 2012

El misterio


Un vuelo a Ushuaia el 1 de enero a las 6.20 hs es el comienzo de esta historia. Ushuaia apareció inesperadamente en mi horizonte viajero, una decisión de último momento de la cual podría asegurar; en mi segundo día aquí, que no me arrepiento.

Luego de 3 hs y media de vuelo y una previa de espera en Aeroparque, llegué a la isla en un día gris y fresco. Un taxi conducido, oh casualidad, por un hermano boliviano ya me hizo sentir a gusto y me depositó en el Freestyle, donde tenía una reserva.
El primer día fue de adaptación y reconocimiento. Ubicarme en el hostel, hacer pie en la ciudad, conocer a mis compañeros/as de cuarto (dos maestras rosarinas y tres colombianos).
La primer impresión de la ciudad no fue la mejor, me pareció fea, chata, me pregunté como alguien hace una ciudad en un lugar paisajísticamente tan privilegiado y poniéndole tan poca onda. El día largo contribuyó a estirar un agotamiento causado por las escasas dos horas dormidas antes de salir y el viaje en sí mismo.
A pesar de ello me sentí bien, el hostel es super confortable, extremadamente limpio, completo, y cuenta con una sala de estar con enormes sillones y una bella vista del canal de Beagle, desde donde escribo en este momento.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, las docentes rosarinas me invitaron a ir con ellas al glaciar Le Martial, y; haciendo honor al nombre de este blog, me dejé conducir.
Tomamos un taxi hasta el pie del cerro. El conductor del taxi respondió con poca gana la batería de preguntas obvias y boludas que escupían las educadoras desde el asiento trasero. Ojo, son dos personajes, divinas, pero tienen momentos de extrema boludez como este.
Una vez allí, "las chicas" tomaron las aerosillas que cubren un primer tramo de la subida. Yo, en cambio comencé a pie directamente por un lindo sendero que bordea el arroyo, que baja veloz con agua de deshielo del glaciar. Podría decir que allí empecé a conectarme con el lugar, en la soledad de mi caminata, en el rugir constante del arroyo.
Cuando llegué adonde terminan las aerosillas, mis amigas estaban esperándome para emprender el tramo más complicado hacia el glaciar. Lo hicimos lento y pausado, por momentos charlando, en silencio a veces, disfrutando la vista del canal, el silbar del viento...
En la cima almorzamos unos sandwiches que habíamos preparado previamente. Luego emprendimos el regreso tomando un desvío hacia un mirador. Después descendimos y regresamos al hostel.
Llegué con las fuerzas mínimas para tirarme en la cama y disfrutar una buena siesta, necesaria a esta altura por el cansancio acumulado.
Lo del glaciar fue un buen comienzo, pero aún el encanto de Ushuaia, del que muchos hablan, el cual siento ahí nomás, al alcance de la mano, pero que todavía no logro desentrañar, continúa siendo un misterio.

El regreso

Luego de más de dos años de abandono vuelvo a este blog. Muchos viajes maravillosos se sucedieron entre las aventuras relatadas y lo que hoy pueda contar. Entre ellos varios a Bolivia, incluyendo esa maravillosa expedición a la Amazonia Boliviana, al territorio Chimán.
Pero bien, lo pasado y no escrito quedará grabado en la mente y el corazón, y guardado en fotos.
Hoy nos convoca el año 2012 y lo comenzamos nada más y nada menos que en los confines de la Argentina y de la Tierra, la ciudad de Ushuaia. Aquí estamos, que el viento patagónico nos lleve.