9 de enero de 2012

La piedra blanca / Cerro del diome


El que me convenció para subir al Cerro del Medio fue el tano de la recepción del hostel.
-Vas caminando desde aquí unas diez cuadras y ahí nomás empieza el sendero, y no tienes que pagar - dijo recalcando la gratuidad de la cuestión.
Pero además otros factores me animaron: en primer lugar, ninguno de los tantos turistas que he conocido en estos días fue al Cerro del Medio y en segundo lugar, me llamó el nombre que tiene el pobre cerro, casi de intrascendencia, como si no tuviera ningún atributo sobresaliente, ningún atractivo que lo distinga, más que estar en medio de algo.
Siguiendo el mapita que me preparó el tano, llegué sin grandes dificultades al inicio del sendero.

10:30 hs: Comienzo a caminar. De inmediato ingreso en un bonito bosque de lengas, el camino está correctamente señalizado. La soledad es absoluta.
10:40 hs: Me suena el celular en la mochila. Es la morocha ultimando detalles de su llegada mañana. Soledad no tan absoluta, cosas que traen las nuevas tecnologías.
11:20 hs: Primer parada para tomar aire y agua. Sorteo varias partes de piso barroso. Soledad absoluta. Sudo.
11:40 hs: Tanta soledad me pone reflexivo. Empiezo a pensar en el amor, en la mujer que amo, en las que amé. Me miro en un espejo invisible que me devuelve la imagen de un extraño. Quién soy. Cómo me ven los demás. Cómo luchar contra mi egoísmo, mi ego, cómo me van a recordar el día en que muera, cómo me ven las personas que amo, cómo ser mejor...
12:10 hs: Tanta reflexión me da ganas de cagar. Ni lo dudo, me hago a un costado del camino y dejo el postre. Me gusta estar al lado del camino, garcando mientras todo pasa. (Ref)
12:30 hs: La subida es muy vertical y me demanda un gran esfuerzo. El sendero ya no está tan bien señalizado, por lo cual voy prestando atención a posibles referencias para el regreso. La soledad sigue siendo absoluta. Y sudo.

El último tramo atravesé un bosquecillo de extraños árboles que parecen revolcarse o retorcerse en el piso. Al salir del bosque me encontré en la base del cerro, ya sin vegetación. Allí solo algunas pircas marcan el camino.
Caminaba por el filo de la montaña cuando escuché unas voces que venían detrás, todavía adentradas en la vegetación. Al cabo de unos minutos los pude ver, eran cuatro chicos de entre 12 y 15 años. Se me fueron acercando hasta que me pasaron. Fui rodeando el cerro detrás de ellos, cada vez más atrás hasta que los perdí de vista.
La perspectiva del canal desde allí es privilegiada, pero lo más bello fue la pequeña laguna de altura que apareció ante mí cuando ya las piernas no me daban más, caminando entre piedras con paso inseguro, subiendo hacia la cima del Cerro del Medio.
Me senté a almorzar cerca de los chicos disfrutando de una profunda paz. Los chicos, que eran lugareños, comenzaron a bañarse en la laguna en una especie de ritual de alguna iniciación, de demostración de valor ante la montaña. Uno a uno se sumergieron en el agua helada, con un viento fresco que soplaba de a ratos dibujando inverosímiles formas en el agua de la laguna. Los gritos desesperados, casi alaridos, de los chicos al inmediato contacto con el agua, retumbaban con un eco estremecedor.
Terminé de almorzar al tiempo que los chicos terminaron su pagano ritual, poniéndose ropa seca para paliar el frío. Fue divertido verlos y hasta pude bromear con el más chiquito, Kevin, que se había llevado un chaleco salvavidas para nadar y fue el último en conseguir la proeza.
-¿Siguen hasta la cumbre? - les pregunté.
-No, ya nos volvemos. Va a llover - contestó el que claramente era el mayor del grupo.

Dude un instante, verdaderamente el cielo se había puesto negro, pero estaba ahí y tal vez sería la única vez en mi vida que estuviera ahí, así que mientras los vi partir, comencé el tramo final de ascenso a la cumbre del cerro. Fue una subida breve pero complicada, un piso irregular de trozos de piedra suelta dificultaba la pisada.
Al llegar a la cima comprendí que el nombre del cerro no era un ninguneo sino exactamente todo lo contrario: me sentí en el medio del universo, en el medio de la inmesidad, de la belleza, de una soledad inquietante y maravillosa. Y entonces, lo anunciado: comenzó a llover y de la peor manera. Se desató un viento helado y violento que me arrojaba gotas como balas, con una fuerza que me movía de un lado a otro a pesar de mi peso y resistencia. Comencé un apresurado descenso sorteando las piedras sueltas, perdiendo el equilibrio a menudo, mirando con atención donde ponía cada pie, pensando que podría pasarla muy mal si algo me sucedía allí. En eso estaba cuando me detuve repentinamente. Entre las piedras, informes, corrientes, me llamó la atención una piedra blanca, única en la multitud de piedras. Es cierto que existe un mercado y una convención social respecto a lo que es efectivamente una piedra preciosa y lo que es una piedra sin ningún valor. Pero no encuentro otra definición más ajustada que la de "piedra preciosa" para definir esta increíble piedra blanca. La tomé en mis manos y especulé en la manera de llevarla. Sin embargo, su tamaño excesivo y la lluvia que no daba tregua, me hicieron dejarla allí donde la había encontrado.
A medida que descendía la lluvia iba amainando, el viento se fue transformando en un aliado y me fue secando la ropa y no tuve mayores dificultades para encontrar la entrada al sendero de vuelta.
Ahora era todo bajada. Las piernas se me aflojaban soportando el peso del cuerpo. Ya no llovía y no había apuro, así que me senté en un apacible lugar del bosque a tomar un poco de agua, descansar y disfrutar. Los árboles interpretaban la melodía del viento y la voz de un arroyo bajando sonaba desde lejos. Me quedé dormido.
Me desperté al sentir unos pasos que se acercaban. Era una chica. Rubia, pelo lacio, muy hermosa, venía caminando sin denotar esfuerzo, como quién pasea sin muestras del rigor que exige esa subida. Vestía jean, remera y zapatillas. Una de esas bellezas simples y luminosas.
Nos saludamos cordialmente.
-¿Eres de aquí, de Ushuaia? - le pregunté. Cuando viajo suelo utilizar un castellano más neutro y por eso salió el "eres de aquí" y no un "sos de acá".
- Sí, soy de aquí - respondió sonriente, y agregó - del bosque.
Mientras me levantaba y ponía algunas cosas que había dejado tiradas en la mochila, ella pasó delante mío y continuó por el sendero.
-Disculpame - dije sin saber bien qué quería preguntarle a continuación, pero ella siguió su paso tranquilo, y manteniendo la sonrisa me indicó con el índice sobre la boca que guardara silencio.
Acaté el pedido y giré para continuar el descenso pero me detuve bruscamente. Ante mis pies estaba en el suelo la piedra blanca, la misma que había abandonado en la cima, la piedra preciosa. Quedé atónito, aturdido unos segundos por la inexplicable aparición. Volví a girar, tal vez pensando que la chica podría darme una explicación, pero ya no estaba. Había desaparecido. Miré con sagacidad entre los árboles pero no encontré nada que se moviera, ningún rastro.
Tomé la piedra y la guardé en la mochila. Mis pies comenzaron el regreso casi sin avisarme, como quien sabe perfectamente hacia adonde va; con la certeza de que delante esperan nuevos caminos.



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