Un vuelo a Ushuaia el 1 de enero a las 6.20 hs es el comienzo de esta historia. Ushuaia apareció inesperadamente en mi horizonte viajero, una decisión de último momento de la cual podría asegurar; en mi segundo día aquí, que no me arrepiento.
Luego de 3 hs y media de vuelo y una previa de espera en Aeroparque, llegué a la isla en un día gris y fresco. Un taxi conducido, oh casualidad, por un hermano boliviano ya me hizo sentir a gusto y me depositó en el Freestyle, donde tenía una reserva.
El primer día fue de adaptación y reconocimiento. Ubicarme en el hostel, hacer pie en la ciudad, conocer a mis compañeros/as de cuarto (dos maestras rosarinas y tres colombianos).
La primer impresión de la ciudad no fue la mejor, me pareció fea, chata, me pregunté como alguien hace una ciudad en un lugar paisajísticamente tan privilegiado y poniéndole tan poca onda. El día largo contribuyó a estirar un agotamiento causado por las escasas dos horas dormidas antes de salir y el viaje en sí mismo.
A pesar de ello me sentí bien, el hostel es super confortable, extremadamente limpio, completo, y cuenta con una sala de estar con enormes sillones y una bella vista del canal de Beagle, desde donde escribo en este momento.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, las docentes rosarinas me invitaron a ir con ellas al glaciar Le Martial, y; haciendo honor al nombre de este blog, me dejé conducir.
Tomamos un taxi hasta el pie del cerro. El conductor del taxi respondió con poca gana la batería de preguntas obvias y boludas que escupían las educadoras desde el asiento trasero. Ojo, son dos personajes, divinas, pero tienen momentos de extrema boludez como este.
Una vez allí, "las chicas" tomaron las aerosillas que cubren un primer tramo de la subida. Yo, en cambio comencé a pie directamente por un lindo sendero que bordea el arroyo, que baja veloz con agua de deshielo del glaciar. Podría decir que allí empecé a conectarme con el lugar, en la soledad de mi caminata, en el rugir constante del arroyo.
Cuando llegué adonde terminan las aerosillas, mis amigas estaban esperándome para emprender el tramo más complicado hacia el glaciar. Lo hicimos lento y pausado, por momentos charlando, en silencio a veces, disfrutando la vista del canal, el silbar del viento...
En la cima almorzamos unos sandwiches que habíamos preparado previamente. Luego emprendimos el regreso tomando un desvío hacia un mirador. Después descendimos y regresamos al hostel.
Llegué con las fuerzas mínimas para tirarme en la cama y disfrutar una buena siesta, necesaria a esta altura por el cansancio acumulado.
Lo del glaciar fue un buen comienzo, pero aún el encanto de Ushuaia, del que muchos hablan, el cual siento ahí nomás, al alcance de la mano, pero que todavía no logro desentrañar, continúa siendo un misterio.
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