11 de enero de 2012

De la galera


Debo admitir que cuando llegó la morocha pensé que empezaría otro viaje. Indudablemente no es lo mismo viajar solo que acompañado, y probablemente tendría menos chances de que ocurrieran historias que contar. La soledad predispone mucho más a uno a conocer otras personas, a dejarse llevar y de ese modo a que aparezcan las aventuras que suelo relatar aquí. Eso pensé.
Pero en el segundo día con la morocha, esa duda se disipó.

Arrancamos temprano para visitar el Parque Nacional Tierra del Fuego, una de las cosas que dejé para hacer en su compañia en estos tres días finales en Ushuaia.
Comenzamos lo más temprano que pudimos; la verdad es que remoloneamos bastante en la cama y llegamos con lo justo a tomar el ómnibus de línea regular que te lleva hasta el Parque. De hecho, ni tiempo de desayunar tuvimos, fuimos tomando mate y comiendo unas facturas en la combi, ante la siempre sorprendida vista de los extranjeros, que cuando te descubren con el mate parecen disfrutar del avistaje de una actividad estrictamente autóctona.
Las combis tienen varias paradas en el Parque, las más importantes son la Bahía Ensenada, el Lago Acigami (mucho más conocido como Lago Roca, pero prefiero llamarlo por su nombre aborigen y no por el nombre del genocida que los exterminó) y finalmente la Bahía Lapataia, donde termina la Ruta Nacional Nº 3 y uno casi se cae del mapa.
Nosotros bajamos en la primera, la Bahía Ensenada, desde donde emprendimos lo que llaman la senda costera, un trekking que entre bosques y playas de la costa se extiende 8 KM hasta cerca del Lago Acigami. Poco más de 3 horas nos llevó el recorrido, con hermosas vistas de aguas infinitamente verdes que mueren en playas de piedras, conchillas y caracoles, o directamente besan la piedra llena de musgo.
Al final del sendero salimos nuevamente a la ruta, que va comunicando los diferentes puntos del Parque, bastante cansados por la exigencia de la caminata. Ahí recordé que las combis pasan por los mencionados puntos cada dos horas, con lo cual, acercándonos al Lago Acigami podríamos pegar la combi que nos acercara hasta Lapataia y evitar caminar 4 KM más.
Íbamos justamente caminando por la ruta en dirección al Lago cuando apareció una combi. Voy a pararla a ver que onda, le dije a la morocha. Cuando se detiene, descubro que el conductor era nada más y nada menos que Carlos, el peruano que me había llevado a Laguna Esmeralda. Suban, suban, dijo, y arrancó rápidamente.
Eran casi las 14 hs ya, y Carlos se quedaba en la parada del Lago hasta las 15 hs, para ir a Lapataia y levantar gente que volviera a la Ciudad. Así que almorzamos allí, recorrimos la costa del Lago y volvimos con Carlos que nos llevó a la zona de Lapataia. Nos dejó unos kilómetros antes, para que visitáramos la Laguna Negra. A las 17 hs pueden tomar la combi de regreso en Lapataia, así que tienen 2 hs para conocer estos lugares, alcanza y sobra, nos aclaró el hermano peruano.
Ingresamos a la Laguna Negra, que no es otra cosa que un cúmulo de agua sobre un turbal, lo cual le da el particular color. Un lugar bonito y tranquilo, tanto que a uno de sus costados, en un claro donde hay unos troncos de árboles caídos, le propuse a la morocha sentarnos a relajar y fumar un poco de hierba, y así lo hicimos.
Es cierto que el influjo de la hierba puede hacer que lo normal, que lo que está ahí de todos modos, lo dado, pueda ser apreciado de una manera diferente. Pero además, esa conexión con la naturaleza que la hierba estimula, puede hacer que sucedan cosas inesperadas, que de otro modo, tal vez, y admito "tal vez" no sucederían. Mi experiencia me inclina a pensar que si no fuera por la hierba santa, no sucederían, pero en todo caso, queda al criterio de cada uno.
Estábamos saliendo de Laguna Negra, a mitad de camino antes de la ruta, cuando un conejo cruzó de un lado a otro del sendero. Dando saltos, con el encanto y la simpatía natural que tienen los conejos salvajes. Vamos a seguirlo, le dije a la morocha, y con pies de plomo nos deslizamos detrás suyo, por una especie de sendero que había en el bosque. Recorrimos no más de 20 metros siguiendo los pasos del animalito, riéndonos de la inevitable referencia al famoso Conejo Blanco creado por Lewis Carroll.
El bosque terminó de golpe y nos encontramos con un claro, de pasto verde y cortito, suelo irregular, como un mini campo de golf creado por la natulareza, delimitado por el bosque de un lado y una enorme pared de piedra del otro. Un pequeño vergel escondido. Allí nos quedamos absortos unos minutos viendo al conejo masticar hierbas, hasta que apareció otro conejo, y otro, y otro, y claro, el lugar estaba lleno de agujeros en la tierra por los cuales salían y entraban conejitos.
Teníamos pensado tomar mate en la Bahía Lapataia, pero no dudamos en adelantarnos y disfrutar unos buenos verdes en ese mundo mágico e inesperado. Subimos al lado de la piedra y nos sentamos allí, mientras los conejos iban y venían, dando esos saltos caricaturescos, con toda su gracia y suavidad. No lo podíamos creer.

La morocha me besa y un pájaro canta. Beso a la morocha y otro pájaro se ríe.
- Cada vez que nos besamos canta un pajarito-, me dice la morocha.
- A ver, probemos- la desafío.
Volvimos a besarnos, y por allá, otro pájaro cantó, todos con silbidos diferentes. Mágico.

La Laguna Negra, un paseo estimado en unos 15 minutos, nos llevó más de una hora gracias al conejo y su sitio encantado. Así que salimos de allí con paso apurado hacia Lapataia.

Llegamos a la Bahía con el último aliento, se sentía en las piernas el desgaste de la primer caminata. Nos sacamos las fotos de rigor con los letreros que indican el final de la ruta. Caminamos las pasarelas hasta dentro, donde el paisaje inconmensurable y un viento frío te hacen sentir que estás en el último balcón del fucking mundo. Emocionante, realmente emocionante.

Estábamos saliendo para esperar la combi de regreso a Ushuaia cuando llega un tipo en moto. Se para junto al famoso cartel del fin de la ruta y se saca el casco. Tenía pinta de haber hecho un largo viaje, y le digo a la morocha, este no viene de acá nomás. Me acerco.

- ¿Hermano, de donde vienes? - le pregunto.
- De Alaska.
- ¿Y acabas de llegar?
- Sí- responde con claro acento extranjero.
- Oh congratulations!!!- le digo mientras le ofrezco la mano y agrego: Bienvenido!!! Welcome!!!
El tipo me abraza emocionado
- De donde eres-me pregunta.
- De Buenos Aires.
-Oh genial, gracias por la bienvenida, eres la primer persona en hablar conmigo finalizada la travesía, me gustaría que nos tomemos una foto juntos para mi blog.

El resto fue darmos varios abrazos, intercambiamos nombres, correos y blogs. Algunas personas que estaban por allí comenzaron a rodearnos.
-Este hombre se llama Len, es canadiense y vino desde Alaska en Moto- grité. La gente se acercó aún más.
-Viajó durante 5 meses y una semana, démosle un gran aplauso por la hazaña de recorrer todo el continente.
Aplausos, bravos, manos que se acercan a felicitarlo, calor humano.
Len y yo nos despedimos.
Cuando nos estamos yendo se me acerca una señora:
- ¿Y vos quién sos?, ¿Viajaste con él?- me inquiere curiosa.
- No, yo solo vine a darle la bienvenida.






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