29 de julio de 2009

De punta a punta


Pasé una buena noche con las medidas tomadas contra el frío. A las 5 AM sonó el despertador anunciando que era hora de dejar ese paraíso llamado Cabo Polonio.
Volví la cama a su sitio, lo mismo con las mantas. Barrí alrededor de la estufa, cerré el candado y salí a la oscuridad.
Mientras bajaba adivinando los relieves del suelo vi las luces del camioncito que me depositaría en la ruta para tomar el micro a Punta del Diablo.
El hombre del camión ni bajó. Abrí la puerta y me subí a su lado en la cabina. El conductor tomaba mate mientras conducía por la playa muy cerca de esa masa ruidosa e inquieta que es el mar en la oscuridad.
Me contó acerca de los ciervos que antes aparecían en el camino, pero que la tala indiscriminada había ahuyentado.
Luego del pequeño viaje, quedé en la soledad de la ruta esperando el micro. El frío y los ruidos de diversos animales eran mis únicas compañías. Lo escuché venir mucho antes de que aparecieran las luces.
Al subir, el chofer me reconoció de inmediato:
- A vos te traje el otro día– me dijo, y agregó -adonde vas a ahora?
- A Punta del diablo. – contesté.

Llegué a las ocho y media y comencé a buscar el hostel de Uwe "El diablo tranquilo". Con facilidad lo hallé gracias a varias indicaciones que me dieron algunos parroquianos tempraneros.
El hostel se hallaba cerrado, así que tuve que golpear varias veces hasta despertar al dueño. Uwe salió despeinado y en calzoncillos a abrirme. Me dijo que lo esperara y se fue a cambiar y a lavarse la cara.
Cuando volvió preparó café para los dos y fumó varios cigarrillos mientras no dejaba de toser. Uwe es un alemán que no habla español, se maneja en inglés. Nuestra comunicación fue amistosa e intuitiva, pero de pocas palabras. Nos quedamos tomando café frente a las cenizas de la noche anterior en la chimenea, hasta que me dejó pasar a la habitación, que compartiría con un francés.

28 de julio de 2009

Más Polonio que nunca



Despuntada la mañana decidí resolver definitivamente el problema del frío. Otra noche como esa me podría matar. Mientras tomaba unos mates con galletitas, pensaba como mejorar la situación.

El problema era que la estufa estaba en el comedor y no alcanzaba a llegar a la habitación. Como primera medida entonces trasladé la cama de la pieza al comedor. Cerré las puertas de las habitaciones y del baño, y tapé con una manta la endija de debajo de la puerta de entrada. Ahora sí. Armé un buen fuego y el ambiente se calentó de inmediato. El sol daba una mano también. Tan lindo estaba que no pude resistirme a darme un recupero de buen sueño. Eran las 8 de la mañana y dormí hasta las diez y media, ostentando sólo tres frazadas, como para dejar bien en claro mi victoria. A la noche daría la batalla final.

El día ofrecía un cielo despejado y un viento fresco que quería ser brisa y por momentos lo lograba.
Salí a dar una larga caminata por la playa, hacia el lado de Punta del Diablo, mi próximo destino.
Al regresar ya era mediodía y me encontré con mis amigos jipones, Alfredo y Teko.
- Polacoooo, me gritaron al verme venir dejando huellas en la arena casi seca.
El hostel estaba en la playa, frente al mar, sin absolutamente nada más delante que la orilla del océano Atlántico.
Me invitaron a comer un asado ahí, así que me ofrecí a invitar el vino. Fuimos con Teko a la proveduría y compramos un litro de vino en damajuana cada uno. Comimos bajo la sombra del alero, disfrutando a pleno. Luego les convidé de la potente hierva que Laura me había dado de regalo para Ube, el dueño del hostel en el que pararía en Punta del Diablo. El resto de la tarde fue un viaje.

Cabo Polonio espejo
de quienes buscan
la huella de sus venas
la sangre de sus pies
las llagas de su boca
la lengua de sus manos
las uñas de su pelo
el brillo de sus ojos
la mirada de su ombligo
la atrofia de su alma.

Elogio del sol


26 de julio

En la mañana, Laura y Marcelo me acompañaron a la ruta para despedirme. Allí subí a un micro que me depositó en la entrada a Cabo Polonio. De allí mismo tuve que tomar un camión que te lleva entre los médanos hasta la villa.
Laura había hablado con una amiga que tenía una cabaña para 6 personas en Cabo Polonio y me la alquiló por dos días a un buen precio. La experiencia de la soledad en aquel lugar inhóspito me seducía.
En el camión conocí dos tipos bastantes hippies con los que me puse a conversar enseguida. Mientras compartíamos los sentires por la conmovedora belleza que nos rodeaba, uno de ellos dijo que sólo faltaba que te sirvieran un trago allí. Entonces saqué la petaca de whisky que había comprado junto a otras provisiones en El pinar, y se la entregué.
Ese fue el comienzo de una nueva amistad. El otro era dueño de un hostel en la playa, y el que ahora tomaba un largo de trago de mi petaca, un amigo de toda la vida que estaba de visita. Me invitaron a visitarlos cuando quisiera.

Cabo Polonio es un caserío con mar a ambos lados y un faro en la punta. De belleza ostensiblemente natural, conservada como un refugio, sin luz eléctrica ni ningún servicio, agua de pozo, velas, como mucho una garrafa para el gas o energía de luz solar si se tienen paneles. Viven entre 50 y 70 personas en invierno. Creo no haber cruzado más de 15 en los dos días que estuve.

La casita era un sueño, levantada sobre una lomada, frente al faro y una vista al mar prodigiosa. Pero la noche me agarró de improvisto. La temperatura descendió abrupta y ferozmente y el frío me despertó a las dos y pico de la mañana como si mil ametralladoras me estuvieran dando balazos en todo el cuerpo. Comencé a quitarle a las otras camas todos los abrigos disponibles y armé una montaña sobre mí que pesaba casi hasta aplastarme. 5 frazadas, 2 acolchados y la ropa puesta, no pudieron combatir el frío que, obstinado, insistía en dormir conmigo, o mejor dicho, no dejarme dormir. 

Entonces me di cuenta de la salamandra. El tema es que no tenía leña y a esa hora no habría forma de conseguir. Sin embargo, recordé que la despensa tenía la leña afuera. Me abrigué lo más que pude, y guiado a penas por la luz de la linterna de mi celular, medio desorientado atravesé la noche helada de humedad y me robé toda la leña que pude.
Al encender la salamandra, descubrí que la leña estaba mucho más que húmeda y mientras los leños chorreaban agua hacia afuera, un humo llenó la cabaña a un punto que tuve que abrir puertas y ventanas y perder el poco calor que había acumulado del día. Finalmente, la leña se fue secando en el fuego y pude recuperar algo de calor pegado al fuego. La noche fue un extravío onírico en el cual la realidad parecía pesadilla. Dormí poco y mal, hasta que me despertó la luz del día. Como una recompensa por estar vivo, la ventana me regaló un descomunal amanecer sobre el mar. El fuego y el agua me brindaron un espectáculo de colores y destellos. Venía el sol a calentarlo todo.

Pinar


25 de Julio

Al mediodía siguiente partí en colectivo hacia El pinar donde me esperaba Laura, amiga de mi amiga Julieta, que me daría alojo esa noche.

Laura resultó simpática y hospitalaria, los gestos amistosos le brotan con naturalidad. Mientras te habla es probable que se interrumpa para darle una indicación o un reto a alguno de sus perros. Tiene unos cuantos y la mayoría están viejitos. También conté dos gatos.
El otro hospedado allí era Marcelo, un muchacho de La Plata, bonachón y formal, con mucho conocimiento de política, y un gran nivel de cultura general, cosa que comprobé en largas conversaciones.
Almorzamos una sopa que era lo más sano que comía desde mi partida. Hasta ahora venía a choripán, hamburguesas de pollo y pizza. Todo es muy caro en Uruguay y hay que pichulearla.
Luego de dar una vuelta en bicicleta junto a Laura, la noche nos encontró arrimados al hogar bajo el calor de la leña ardiente, tomando un vinito tinto junto a una mujer alemana de marcado acento germánico amiga de Laura.


De postre, Laura y yo probamos una rica hierva, cosecha de un español que vive allí. Potente y agradable. Reímos como hacía bastante no reía.

Escuché la música de Caetano Veloso corriéndome por las venas y así me dormí sobre un colchón al pie del hogar, al calor y el color de las brasas.

Cerca de la revolución


Por la mañana Victor y Andrea me llevaron a recorrer el Prado, un sitio similar a los bosques de Palermo. Mientras caminábamos tomamos mate con biscochos, que nada tienen que ver con lo que nosotros llamamos biscochos sino que se parecen a las facturas.
Visitamos el botánico y la residencia presidencial. Fue un paseo agradable por la zona cercana a la casa de Andrea, donde estuve durmiendo. Carlos se quedó solo la primera noche y luego se mudó a un hostel en el centro. La noche anterior quedé en pasarlo a buscar a las 14 hs, y así lo hice luego de la caminata con los chicos, que continuaron con su rutina, alterada momentáneamente por mi presencia.
Carlos y yo nos tomamos la tarde en una larga peregrinación por la rambla. Empujados por un viento polar llegamos hasta el faro y luego retornamos por una calle al centro, donde me esperaba un festejo muy especial.

El día anterior me habían entregado una invitación al homenaje por el 56º aniversario del asalto al cuartel de Moncada en Cuba. No lo dudé, estaría a las 19 hs en el teatro Plaza para dicho acto. Allí mismo me despedí de Carlos, él debía descansar ya que tenía un vuelo temprano a Quito, donde daría una ponencia acerca de las rebeliones negras en Haití, en un congreso internacional de historia.
En el teatro conversé con varios militantes y dejé la adhesión de mi partido al evento, la cual fue posteriormente leída por los locutores. Me sentí contento.
Al ingresar a la sala repleta de festejantes, me entregaron una bandera de papel, con la bandera de Uruguay de un lado y de Cuba por el otro.
Fue extraño y hermoso para un argentino conmemorar aquel acto de heroísmo cubano, en el Uruguay.
La apertura estuvo a cargo del cantautor uruguayo Daniel Viglietti, que enseguida logró emocionarme con su voz y sus versos. Luego, proyectaron un documental sobre la revolución cubana, en el que brillaba la sabiduría y la firmeza de Fidel en extractos de discursos; la franqueza del Che, su sonrisa interminable; alguna aparición de Camilo y grandes momentos del gran protagonista: el pueblo cubano.

Luego vinieron una serie de bailes de ensamble uruguayo cubano en vivo, para completar la fiesta. Me fui Satisfecho, feliz, una vez más, como en Bolivia el 25 de enero pasado cuando presencié el referendum por la Nueva Constitución,

Me fui con esa sensación de que el sueño latinoamericano sigue vigente, de que Bolívar, San Martín y Artigas siguen marcando el camino de los que no nos resignamos al poder de las transnacionales y la cultura del capitalismo, con el corazón bien revolucionario.

24 de julio de 2009

Caminando Montevideo


Montevideo nos recibió con frío polar pero con el calor del “negro” Victor, Andrea y su gente.
Montevideo me resulta bella e íntima, a pesar del frío que sólo se vuelve soportable bajo el abrigo de las ansias de conocer, recorrer calles, museos y bares.

Caminando por la rambla me doy cuenta que Buenos Aires le da la espalda al río. Los porteños, casi ni nos relacionamos con él. La capital uruguaya, en cambio, se recuesta sobre el río, le da la cara y la sonrisa, el río la embellece y la ciudad disfruta de su costa.

El puerto, la 18 de julio, sus plazas, la ciudad vieja, todo es agradable.

Mate a mate y pisada a pisada, nos vamos conociendo.

Adios a Colonia


22 de julio


Colonia nos despidió con un frío polar y un viento que calaba los huesos, La pequeña y bella ciudad se volvió fantasma. El río enfurecido ostentaba olas de mar. Carlos y yo nos apuramos a sacar los pasajes de micro a Montevideo. Desde hacía dos días, nos habíamos vuelto inseparables.
Carlos es colombiano, politólogo e historiador. Lo conocí el mismo lunes que llegué a Colonia en mi primer recorrida por la ciudad vieja. Fue precisamente arriba del faro, cuando le pedí que me tomara una foto. Allí mismo nos quedamos conversando por más de una hora, de política, de Colombia y Argentina, de Chile y Uruguay, del Evo y de Chávez. Carlos es un anarquista entrañable, que adora a Chávez, contradicciones propias de un pensamiento crítico e inteligente. Vivió en Venezuela y lo conoce bien a “mi negro” como suele llamar al Comandante Hugo. También vivió en Canadá.
Nuestra charla nos llevó a descubrir que parábamos en el mismo hostel, y que incluso habíamos arribado en el mismo barco. Sí, el maldito buque rápido.
Ahora, juntos le pusimos el pecho al frío camino a la terminal, abrigamos el alma y la barriga con un choripán, y nos subimos al micro hacia Montevideo donde nos esperan mis amigos que conocí en el viaje a Perú, Victor y Andrea.

21 de julio de 2009

Porteño




Traigo un tango
en el bolso
llevo el rumor
de la calle Corrientes
el olor del subte
en la ropa
en los ojos,
el reflejo del río
mi piel arrastra
la humedad
de calles
adoquinadas

Traigo en el bolsillo
un teatro
llevo el rugir
de cien
bandoneones

Esencia de bares
en el alma
un grito de gol
en La Boca
mi piel carga
el aroma
de haber dejado
un amor
en Buenos Aires

20 de julio de 2009

Colonia no es un perfume



Atardece. La brisa fresca se adueña de a poco de callejuelas y dobla veloz en las esquinas. La ausencia del sol roza vestigios de la dominación europea que se entremezclan con el desarrollo turístico y las raíces de la cultura afro, en la vecina de Buenos Aires. Tan cerca y tan distintas…
El río es más río de este lado y las calles, adoquinadas, guardan la historia en un libro imborrable. Restos de murallas que alguna vez defendieron o intentaron defender algo.
Huelo a Colonia del Sacramento, Uruguay.

El amor de Eladia



El amor de Eladia duró lo que una brisa.
Ni bien llegué a Buquebus me informaron que embarcaría en el buque rápido y no sobre el tranco cansino de Eladia, que demoraría 3 horas hasta Colonia. Ahora, en sólo una hora llegaría a la otra orilla del Río de la Plata.
Tal vez algún desprevenido piense ¡que bueno!, viajar en el buque más caro y lujoso, al precio del más barato. De ningún modo. Es como si uno estuviera en una esquina esperando a una chica para una cita, supongamos que esa chica se llama Eladia.


Bañadito, bien vestido, mascando chicle de menta para tener buen aliento. Dispuesto, algo ansioso, imagino tres horas fabulosas junto a ella, tomando algo, contándonos la vida, conociéndonos de a poco, respirando la brisa...
De repente, en lugar de ella, aparece la amiga. Una amiga frívola, excedida en ostentaciones.


- Eladia no va a venir, me pidió que te avise... y pensé que podías salir conmigo…

El barco deja Buenos Aires más rápido de lo que esperaba. Lleva la fribolidad propia de la cultura neoliberal de los ´90, pantallas planas de TV por todos lados muestran desfiles de modelos, publicidades de costosos automóviles y constantes anuncios de las virtudes del freeshop, el cual permanece abierto y espera nuestra visita.

- No nena, con vos no iría ni a la esquina…

19 de julio de 2009

Antes de partir






Cosas que voy a extrañar:

El subte
La ducha
Los compañeros de militancia y de la vida
La cancha
El fútbol de los viernes
Las cenas de los jueves
Bme Mitre 811
Mi vieja

Cosas que NO voy a extrañar:

Trabajar
Ir a trabajar
Salir del trabajo
Almorzar en el trabajo