Despuntada la mañana decidí resolver definitivamente el problema del frío. Otra noche como esa me podría matar. Mientras tomaba unos mates con galletitas, pensaba como mejorar la situación.
El problema era que la estufa estaba en el comedor y no alcanzaba a llegar a la habitación. Como primera medida entonces trasladé la cama de la pieza al comedor. Cerré las puertas de las habitaciones y del baño, y tapé con una manta la endija de debajo de la puerta de entrada. Ahora sí. Armé un buen fuego y el ambiente se calentó de inmediato. El sol daba una mano también. Tan lindo estaba que no pude resistirme a darme un recupero de buen sueño. Eran las 8 de la mañana y dormí hasta las diez y media, ostentando sólo tres frazadas, como para dejar bien en claro mi victoria. A la noche daría la batalla final.
El día ofrecía un cielo despejado y un viento fresco que quería ser brisa y por momentos lo lograba.
Salí a dar una larga caminata por la playa, hacia el lado de Punta del Diablo, mi próximo destino.
Al regresar ya era mediodía y me encontré con mis amigos jipones, Alfredo y Teko.
- Polacoooo, me gritaron al verme venir dejando huellas en la arena casi seca.
El hostel estaba en la playa, frente al mar, sin absolutamente nada más delante que la orilla del océano Atlántico.
Me invitaron a comer un asado ahí, así que me ofrecí a invitar el vino. Fuimos con Teko a la proveduría y compramos un litro de vino en damajuana cada uno. Comimos bajo la sombra del alero, disfrutando a pleno. Luego les convidé de la potente hierva que Laura me había dado de regalo para Ube, el dueño del hostel en el que pararía en Punta del Diablo. El resto de la tarde fue un viaje.
Cabo Polonio espejo
de quienes buscan
la huella de sus venas
la sangre de sus pies
las llagas de su boca
la lengua de sus manos
las uñas de su pelo
el brillo de sus ojos
la mirada de su ombligo
la atrofia de su alma.
moiiiiiiii buenoooo...polaco!!!
ResponderEliminarcada me gusta más como escribís, mi vida!