Anoche cené simplemente unas salchichas. Estoy vago, vago bien, vago lindo, super relajado, cuando tengo hambre como, cuando tengo sueño duermo, nada de horarios, nada de preveer los movimientos, el cuerpo es sabio.
Ya era bastante tarde cuando me encontré con las docentes rosarinas a quienes llamaré Vicky y Cristina. Habían terminado de cenar y estaban tomando un vino en la hermosa sala de estar de arriba. Me invitaron.
Me senté junto a ellas a tomar vino y conversar. En un momento la pregunto a Cristina cuál era su estado civil, y me dice, no se. Y los ojos se le llenan de lágrimas. Perdí a mi compañero hace 3 meses, no se cuál es mi estado. El aire se cortó unos segundos, le puse una mano en el hombro y ella se repuso inmediatamente con esa fuerza que me hizo recordar a mi madre y su polenta luego de la muerte de mi viejo.
Ahondamos sobre el amor y las pérdidas, mientras la botella de vino era testigo de inexplicables brindis cargados de nostalgias, en tanto se vaciaba su contenido.
Cristina tiene 54 años y Vicky por ahí anda.
-Nos vendría bien uno de esos que fuma mi hijo - confesó Cristina.
-¿Que cosa?, pregunté emulando inocencia.
-Un porrito.
-¿Nunca fumaron?
-Nunca, contestaron a dúo.
A mi juego me llamaron pensé, y recordé las palabras de Florencia.
-Yo tengo, si quieren probar, justo venía a fumar un rato y escuchar música.
-Y dale! - sentenciaron jocosas las maestras.
-Que no se entere jamás mi hijo, recalcó Cristina.
El resto será difícil de contar, terminamos los tres tirados en el enorme sillón, con Lisandro Aristimuño sonando en el tremendo parlante donde uno puede enchufar su mp3, perdidos en una conversación de inusitada profundidad, de inconfesables confesiones, de entrañables opiniones, de esas emociones que hacen de tres, uno.
lloro, me rio, lloro, sonrio
ResponderEliminarcada día escribis mejor hermanito!!
Tremendo.
ResponderEliminarMe quedo cerca esperando novedades blogueras.
Abrazo