Uwe, el alemán dueño del hostel “El diablo tranquilo”, en Punta del Diablo, merece un párrafo. Pelo rubio y largo, ojos azules, bronceado, cincuentipico de años, flaco, una extraña mezcla entre atlético y arruinado.
A las 11 de la mañana nomás, arrancaba con la cerveza, y tenía el vaso en la mano todo el santo día, tomando sin parar. Sin embargo, nunca lo vi tambalearse, ni que se le trabara la lengua al hablar.
De vez en cuando, armaba un cigarro mezcladito de tabaco y marihuana, porque según me explicó, el porro puro le hacía mal a la garganta.
Una tarde le convidé un mate, y me contestó: no, no, eso me puede arruinar el estómago.
El amigo de Uwe, también alemán, era una tipo de singular barba, casi lacia y extensa, como algún imaginado Jesucristo. Con él compartí las dos noches que allí estuve, conversando entre copas de vino o de grappa. En esos convites, me contó que hacía casi 20 años, había salido de Buenos Aires para recorrer el mundo, y que al llegar a Punta del Diablo, abandonó la travesía y se quedó allí para siempre.
“El mundo comprende desde Buenos Aires a Punta del Diablo”, me dijo sonriente, con su imperfecta pronunciación del español.
La cocina del hostel de Uwe, estaba en un patio-aterrazado en el primer piso.
Con una bella vista al mar, la presumo ideal en verano. Pero en invierno, cocinar allí no sólo fue complicado por el frío,sino porque cuando soplaba el viento la hornalla se apagaba inexorablemente. Por este motivo, tardé más en cocinar un par de salchichas, de lo que tardo en hacer un asado.
A las 11 de la mañana nomás, arrancaba con la cerveza, y tenía el vaso en la mano todo el santo día, tomando sin parar. Sin embargo, nunca lo vi tambalearse, ni que se le trabara la lengua al hablar.
De vez en cuando, armaba un cigarro mezcladito de tabaco y marihuana, porque según me explicó, el porro puro le hacía mal a la garganta.
Una tarde le convidé un mate, y me contestó: no, no, eso me puede arruinar el estómago.
El amigo de Uwe, también alemán, era una tipo de singular barba, casi lacia y extensa, como algún imaginado Jesucristo. Con él compartí las dos noches que allí estuve, conversando entre copas de vino o de grappa. En esos convites, me contó que hacía casi 20 años, había salido de Buenos Aires para recorrer el mundo, y que al llegar a Punta del Diablo, abandonó la travesía y se quedó allí para siempre.
“El mundo comprende desde Buenos Aires a Punta del Diablo”, me dijo sonriente, con su imperfecta pronunciación del español.
La cocina del hostel de Uwe, estaba en un patio-aterrazado en el primer piso.
Con una bella vista al mar, la presumo ideal en verano. Pero en invierno, cocinar allí no sólo fue complicado por el frío,
Merece la pena aclarar que Uwe no es el duenio del hostel, sino un empleado que actualmente oficia de encargado ;-)
ResponderEliminarSe me acaba de caer un ídolo, jajaja
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